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Quita mi pecado con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve.
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Hazme oír gozo y alegría, y se regocijarán estos huesos que has quebrantado.
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Esconde tu rostro de mis pecados y borra todas mis maldades.
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Crea en mí, oh Dios, un corazón puro y renueva un espíritu firme dentro de mí.
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No me eches de tu presencia ni quites de mí tu Santo Espíritu.
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Devuélveme el gozo de tu salvación, y un espíritu generoso me sustente.
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Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti.
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Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación, y con regocijo cantará mi lengua tu justicia.
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Señor, abre mis labios, y proclamará mi boca tu alabanza.
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Porque no quieres sacrificio; y si doy holocausto, no lo aceptas.
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Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado. Al corazón contrito y humillado no desprecias tú, oh Dios.
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Haz bien a Sion con tu benevolencia; edifica los muros de Jerusalén.
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Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto o la ofrenda del todo quemada. Entonces se ofrecerán becerros sobre tu altar.