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En cuanto a mí, por poco se deslizaron mis pies; casi resbalaron mis pasos
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porque tuve envidia de los arrogantes al ver la prosperidad de los impíos.
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Pues no hay para ellos dolores de muerte; más bien, es robusto su cuerpo.
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No sufren las congojas humanas ni son afligidos como otros hombres.
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Por eso la soberbia los ciñe cual collar, y los cubre un vestido de violencia.
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Sus ojos se les salen de gordura; logran con creces los antojos de su corazón.
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Se mofan y hablan con maldad; desde lo alto planean la opresión.
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Dirigen contra el cielo su boca, y su lengua recorre la tierra.
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Por eso mi pueblo va hacia ellos y beben de lleno sus palabras.
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Ellos dicen: “¿Cómo sabrá Dios?”. O “¿Habrá conocimiento en el Altísimo?”.
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He aquí, estos impíos siempre están tranquilos y aumentan sus riquezas.
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¡Ciertamente en vano he mantenido puro mi corazón y he lavado mis manos en inocencia!
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Pues he sido azotado todo el día, empezando mi castigo por las mañanas.
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Si yo dijera: “Hablaré como ellos”, he aquí que traicionaría a la generación de tus hijos.
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Pensé para entender esto; ha sido duro trabajo ante mis ojos
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hasta que, venido al santuario de Dios, comprendí el destino final de ellos: