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porque tuve envidia de los arrogantes al ver la prosperidad de los impíos.
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Pues no hay para ellos dolores de muerte; más bien, es robusto su cuerpo.
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No sufren las congojas humanas ni son afligidos como otros hombres.
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Por eso la soberbia los ciñe cual collar, y los cubre un vestido de violencia.
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Sus ojos se les salen de gordura; logran con creces los antojos de su corazón.
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Se mofan y hablan con maldad; desde lo alto planean la opresión.
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Dirigen contra el cielo su boca, y su lengua recorre la tierra.
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Por eso mi pueblo va hacia ellos y beben de lleno sus palabras.
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Ellos dicen: “¿Cómo sabrá Dios?”. O “¿Habrá conocimiento en el Altísimo?”.
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He aquí, estos impíos siempre están tranquilos y aumentan sus riquezas.
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¡Ciertamente en vano he mantenido puro mi corazón y he lavado mis manos en inocencia!
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Pues he sido azotado todo el día, empezando mi castigo por las mañanas.
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Si yo dijera: “Hablaré como ellos”, he aquí que traicionaría a la generación de tus hijos.
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Pensé para entender esto; ha sido duro trabajo ante mis ojos
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hasta que, venido al santuario de Dios, comprendí el destino final de ellos:
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Ciertamente los has puesto en deslizaderos y los harás caer en la decepción.
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¡Cómo han sido desolados de repente! Se acabaron; fueron consumidos por el terror.
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Como al despertar del sueño, así, Señor, al levantarte despreciarás sus apariencias.
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De veras se amargaba mi corazón y en mi interior sentía punzadas.
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Pues yo era ignorante y no entendía; yo era como un animal delante de ti.
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Con todo, yo siempre estuve contigo. Me tomaste de la mano derecha.
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Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria.
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¿A quién tengo yo en los cielos? Aparte de ti nada deseo en la tierra.
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Mi cuerpo y mi corazón desfallecen; pero la roca de mi corazón y mi porción es Dios, para siempre.
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Porque he aquí, los que se alejan de ti perecerán; pues tú destruirás a todo aquel que se prostituye apartándose de ti.
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En cuanto a mí, la cercanía de Dios constituye el bien. En el SEÑOR Dios he puesto mi refugio para contar todas tus obras.