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Masquil de Asaf. ¿Por qué, oh Dios, nos has desechado para siempre? ¿Por qué humea tu furor contra las ovejas de tu prado?
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Acuérdate de tu congregación que adquiriste en tiempos antiguos y redimiste para que sea la tribu de tu heredad: este monte Sion en el cual has habitado.
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Dirige tus pasos hacia las ruinas perpetuas; todo lo ha destruido el enemigo en el santuario.
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Tus adversarios han rugido en medio de tu santuario y han puesto sus estandartes por señal.
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Fueron semejantes a los que levantan el hacha contra el tupido bosque.
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Ahora, con hachas y barras han destruido todas tus entalladuras.
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Han prendido fuego a tu santuario; han profanado el tabernáculo de tu nombre, echándolo a tierra.
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Dijeron en su corazón: “¡Destruyámoslos de una vez!”. Han quemado todos los lugares de culto a Dios en el país.
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Ya no distinguimos nuestras señales; ya no hay profeta, ni con nosotros hay quien sepa hasta cuándo…
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¿Hasta cuándo, oh Dios, nos ha de afrentar el adversario? ¿Ha de ultrajar el enemigo tu nombre perpetuamente?
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¿Por qué retraes tu mano y retienes tu diestra en tu seno?
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Sin embargo, Dios es mi Rey desde los tiempos antiguos. Él es quien obra salvación en medio de la tierra.
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Tú con tu poder dividiste el mar; rompiste sobre las aguas la cabeza de los monstruos acuáticos.
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Tú machacaste las cabezas del Leviatán, y lo diste por comida a los moradores del desierto.
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Tú abriste el manantial y el arroyo; tú secaste los ríos inagotables.
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Tuyo es el día, tuya es también la noche; tú estableciste la luna y el sol.
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Tú fijaste todas las fronteras de la tierra. El verano y el invierno, tú los formaste.
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Acuérdate de que el enemigo ha injuriado al SEÑOR; un pueblo vil ha blasfemado tu nombre.
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No entregues a las fieras la vida de tu tórtola; no olvides para siempre la congregación de tus pobres.