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Tus adversarios han rugido en medio de tu santuario y han puesto sus estandartes por señal.
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Fueron semejantes a los que levantan el hacha contra el tupido bosque.
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Ahora, con hachas y barras han destruido todas tus entalladuras.
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Han prendido fuego a tu santuario; han profanado el tabernáculo de tu nombre, echándolo a tierra.
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Dijeron en su corazón: “¡Destruyámoslos de una vez!”. Han quemado todos los lugares de culto a Dios en el país.
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Ya no distinguimos nuestras señales; ya no hay profeta, ni con nosotros hay quien sepa hasta cuándo…
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¿Hasta cuándo, oh Dios, nos ha de afrentar el adversario? ¿Ha de ultrajar el enemigo tu nombre perpetuamente?
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¿Por qué retraes tu mano y retienes tu diestra en tu seno?
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Sin embargo, Dios es mi Rey desde los tiempos antiguos. Él es quien obra salvación en medio de la tierra.
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Tú con tu poder dividiste el mar; rompiste sobre las aguas la cabeza de los monstruos acuáticos.
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Tú machacaste las cabezas del Leviatán, y lo diste por comida a los moradores del desierto.
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Tú abriste el manantial y el arroyo; tú secaste los ríos inagotables.
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Tuyo es el día, tuya es también la noche; tú estableciste la luna y el sol.
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Tú fijaste todas las fronteras de la tierra. El verano y el invierno, tú los formaste.
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Acuérdate de que el enemigo ha injuriado al SEÑOR; un pueblo vil ha blasfemado tu nombre.
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No entregues a las fieras la vida de tu tórtola; no olvides para siempre la congregación de tus pobres.
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Mira el pacto; porque los tenebrosos lugares de la tierra están llenos de moradas de violencia.
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No vuelva avergonzado el oprimido; alaben tu nombre el pobre y el necesitado.
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Levántate, oh Dios; defiende tu causa. Acuérdate de cómo te injuria el vil todo el día.
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No olvides el vocerío de tus enemigos; constantemente sube el tumulto de los que se levantan contra ti.