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Con todo, él perdonaba misericordioso la maldad y no los destruía. En muchas ocasiones apartó su ira y no despertó todo su enojo.
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Se acordó de que ellos eran carne, un soplo que va y no vuelve.
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¡Cuántas veces lo amargaron en el desierto; lo entristecieron en la sequedad!
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Volvían a probar a Dios e irritaban al Santo de Israel.
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