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Nos has dado a comer pan de lágrimas. Nos has dado a beber lágrimas en abundancia.
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Nos has puesto por escarnio a nuestros vecinos; nuestros enemigos se mofan de nosotros.
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Oh Dios de los Ejércitos, ¡restáuranos! Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos.
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Trajiste una vid de Egipto; echaste a las naciones y la plantaste.
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Limpiaste el lugar delante de ella. Hiciste que echara raíz, y llenó la tierra.
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Los montes fueron cubiertos por su sombra, y sus ramas llegaron a ser como cedros de Dios.
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Extendió sus ramas hasta el mar, y hasta el Río sus renuevos.
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¿Por qué has roto sus cercas de modo que la vendimien todos los que pasan por el camino?
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El jabalí salvaje la devasta; las criaturas del campo se alimentan de ella.
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Oh Dios de los Ejércitos, vuelve, por favor; mira desde el cielo, considera y visita esta viña,
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la cepa que plantó tu diestra; el hijo que fortaleciste para ti.
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Está quemada con fuego; la han cortado. Perecen por la reprensión de tu rostro.
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