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“Escucha, oh pueblo mío, y testificaré contra ti. ¡Oh Israel, si me oyeras…!
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No haya dios extraño en medio de ti ni te postres ante dios extranjero.
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Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te hice venir de la tierra de Egipto. Abre bien tu boca, y la llenaré.
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“Pero mi pueblo no escuchó mi voz; Israel no me quiso a mí.
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Por eso los entregué a la dureza de su corazón, y caminaron según sus propios consejos.
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¡Oh, si mi pueblo me hubiera escuchado; si Israel hubiera andado en mis caminos…!
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En un instante habría yo sometido a sus enemigos y habría vuelto mi mano contra sus adversarios.
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Los que aborrecen al SEÑOR se le habrían sometido, y su castigo habría sido eterno.
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Los habría sustentado con la suculencia del trigo; con miel de la roca te habría saciado”.
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