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Oh SEÑOR, Dios de las venganzas; oh Dios de las venganzas, ¡manifiéstate!
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¡Exáltate, oh Juez de la tierra! Da su recompensa a los soberbios.
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¿Hasta cuándo los impíos, hasta cuándo, oh SEÑOR, se regocijarán los impíos?
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Vocean, hablan insolencias y se confabulan los que hacen iniquidad.
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A tu pueblo, oh SEÑOR, quebrantan; a tu heredad afligen.
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A la viuda y al forastero matan; a los huérfanos asesinan.
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Han dicho: “No lo verá el SEÑOR, ni entenderá el Dios de Jacob”.
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Entiendan, torpes del pueblo; ustedes, necios, ¿cuándo serán entendidos?
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El que puso el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá?
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El que disciplina a las naciones, ¿no reprenderá? ¿No sabrá el que enseña al hombre el saber?
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El SEÑOR conoce los pensamientos de los hombres, que son vanidad.
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Bienaventurado el hombre a quien tú, oh SEÑOR, disciplinas y lo instruyes sobre la base de tu ley
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para darle tranquilidad en los días de la desgracia; en tanto que para los impíos se cava una fosa.
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Porque el SEÑOR no abandonará a su pueblo ni desamparará a su heredad.
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Más bien, el derecho volverá a la justicia, y en pos de ella irán todos los rectos de corazón.
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¿Quién se levantará por mí contra los malhechores? ¿Quién estará por mí contra los que hacen iniquidad?
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Si el SEÑOR no me ayudara pronto mi alma moraría en el silencio.
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Cuando yo decía: “Mi pie resbala”, tu misericordia, oh SEÑOR, me sustentaba.
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En la multitud de mis pensamientos dentro de mí tus consolaciones alegraban mi alma.