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En su mano están las profundidades de la tierra; suyas son las alturas de los montes.
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Suyo es el mar, pues él lo hizo; y sus manos formaron la tierra seca.
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¡Vengan, adoremos y postrémonos! Arrodillémonos delante del SEÑOR, nuestro Hacedor.
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Porque él es nuestro Dios; nosotros somos el pueblo de su prado y las ovejas de su mano. Si oyen hoy su voz
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“no endurezcan sus corazones como en Meriba; como el día de Masá, en el desierto,
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donde sus padres me pusieron a prueba; me probaron y vieron mis obras.
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Cuarenta años estuve disgustado con aquella generación y dije: ‘Este pueblo se desvía en su corazón y no ha conocido mis caminos’.
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Por eso juré en mi ira: ‘¡Jamás entrarán en mi reposo!’”.
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