Mientras él respondía por sí mismo: Ni contra la Ley de los judíos, ni contra el Templo, ni contra César he ofendido en nada.

Después de la entrevista con los judíos, Festo permaneció en Jerusalén no más de ocho o diez días, ocupado todo el tiempo tratando de familiarizarse con el gobierno de la iglesia y con las diversas costumbres y usos de los judíos tal como eran reconocidos por el gobierno romano. . Habiendo viajado a Cesarea después de eso, cumplió su promesa a los judíos al fijar el juicio para el día siguiente. La narración implica que los judíos habían bajado con Festo, y también indica su prontitud.

Cuando se hubo sentado en la silla del juez, cuando se hubo sentado en el tribunal en la sala del juicio, mandó que trajeran a Pablo ante él. Cuando el preso hubo entrado y tomado el lugar que se le había indicado, los judíos que habían bajado de Jerusalén se agolparon todo lo que pudieron y lo rodearon, con la intención de intimidarlo con su actitud. Como hubiera sido inútil cualquier referencia a su propia Ley ya las disputas sobre sus propias costumbres, amoldaron sus cargos a la ocasión, suscitando muchas y graves quejas.

De la respuesta de Pablo parece que intentaron hacer de su ser cristiano un pecado contra su propia Ley, su supuesta profanación del Templo un pecado contra el Lugar Santo, y la supuesta incitación a sediciones un pecado contra César. Pero todas sus afirmaciones, con toda su apariencia de certeza, no fueron prueba ante el tribunal romano, y prueba que los acusadores no pudieron traer. En cuanto a Pablo, el aspecto amenazador, las oscuras miradas ceñudas de los judíos, no surtían efecto alguno en él, pues de todas las acusaciones podía defenderse sin la menor dificultad.

Sostuvo que no había cometido un crimen ni contra la Ley de los judíos, ni contra el Lugar Santo, ni contra el emperador. Así se reivindicaron la verdad y el derecho contra la falsedad y el mal; así fue recompensada la confianza de Pablo en su Señor con la protección del Señor.

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