Y se arrodilló y clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y cuando dijo esto, se durmió.

El último anuncio de Esteban, acerca de la visión que le fue concedida, levantó la ira de los jueces a una tempestad perfecta de furor. Que este hombre recibiera tal bienaventuranza ante sus propios ojos les hizo olvidar la dignidad, la justicia, la humanidad, todas las virtudes de las que solían jactarse. Gritaron a gran voz, para ahogar cualquier intento de Stephen de hacerse oír en el estruendo y la confusión resultantes.

Mantuvieron sus oídos bien cerrados para que no entrara otra palabra de sus labios odiados. Se precipitaron sobre él al unísono, como un rebaño de ganado enloquecido sobre el que se ha perdido todo control. Lo echaron fuera de la ciudad y allí lo apedrearon. Este procedimiento no tuvo ni siquiera una demostración de derecho. Iba en contra de todas las reglas de la ley penal judía. De ninguna manera puede llamarse ejecución; sólo puede describirse con la palabra "asesinato", cometido por una turba enfurecida, en violación de todas las leyes.

Y, sin embargo, la turba retuvo la cordura suficiente para observar algunas formas de la Ley, como sacar al prisionero de la ciudad y también exigir a los testigos que comenzaran a apedrearlo. Se declara expresamente que los testigos, al prepararse para su ataque asesino, pusieron sus ropas exteriores a los pies de un joven llamado Saúl. En cuanto a Esteban, murió la muerte de un verdadero mártir cristiano. Mientras las piedras volaban a su alrededor, y después de haber sido golpeado, invocó en voz alta a su Señor y Dios, en la persona de Jesús, el Salvador.

Su primera oración fue que el Señor Jesús, el Cristo exaltado, recibiera su espíritu. Y habiendo puesto así su alma en la mejor custodia, dejó que su último suspiro fuera una intercesión por sus asesinos. Poniéndose de rodillas, clamó a gran voz, que, al menos para uno de los presentes, pudo haber resonado en sus oídos durante años: Señor, no les cargues este pecado. Y luego se durmió tranquilamente en su Salvador.

Así, Esteban se convirtió en el primer mártir de la Iglesia cristiana. Desde su tiempo, miles de cristianos han sido martirizados por causa del nombre de Jesús. Y su muerte enseña una lección, a saber, la de sacrificar alegremente las posesiones temporales y la fortuna por el bien del Señor. Al final ganamos todo lo que una recompensa de misericordia nos puede otorgar, el cielo mismo con todas sus glorias. "Por último, hay aquí un gran consuelo que St.

Esteban aquí ve los cielos abiertos y que él se durmió. Aquí debemos notar que nuestro Señor Dios está a nuestro lado si creemos, y que la muerte no es muerte para los que creen. Así has ​​representado aquí en esta historia todo el Evangelio, la fe, el amor, la cruz, la muerte y la vida".

Resumen

Esteban pronuncia un elocuente discurso de defensa, que enfurece a los miembros del Sanedrín para que lo expulsen de la ciudad y lo apedreen.

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