Y ellos no entendieron las palabras que les habló.

La búsqueda de tres días, con su consiguiente ansiedad, bien pudo haber despertado en el corazón de María el pensamiento de que la profecía de Simeón ya se estaba cumpliendo. Pero al fin María y José encontraron a Jesús, después de haber buscado asiduamente por toda la ciudad, en el Templo, sentado en medio de los sabios maestros, en la sala donde se impartían las clases de los hijos de la Ley, el gran liceo, reunidos para instrucción avanzada para aprender a guardar los mandamientos.

Allí estaba sentado, exteriormente en el papel de un alumno, pero en realidad en una conferencia seria, en la que asumió casi las funciones de un maestro. Estaba prestando la debida atención a las explicaciones de los médicos, pero también estaba haciendo preguntas penetrantes, para asombro de todos los que estaban presentes para escucharlo. Su entendimiento, Su habilidad para penetrar en un asunto dado, y las respuestas que Él dio, fueron de tal naturaleza que provocaron asombro.

Aquí había algo de la rara perspicacia y la facilidad de presentación que en años posteriores deleitó a su audiencia. Pero María y José se inquietaron por la aparente audacia del muchacho, que les pareció atrevimiento. Y María, todavía llena de la excitación de la búsqueda y con el corazón de su madre anhelante por su Hijo, le preguntó con reproche por qué los había tratado así, sin darse cuenta de que la culpa no era suya, sino de ellos.

Nota: El tacto con que María se refiere a José es prueba indiscutible de la sabiduría con que educó a su Hijo; una lección para muchos padres modernos. Lo habían buscado con ansiosa solicitud. Pero Jesús no acepta la reprensión. No con reproche, sino con toda la sinceridad y audacia de la santa infancia, le pregunta por qué habían buscado de esa manera. Él les da una idea del propósito de Su vida.

Deben saber que Él debe estar en los asuntos de Su Padre. Esta es la obligación de Su vida: debe ocuparse de las cosas de Su Padre, preocuparse por ellas. El Templo era el lugar donde se suponía que el servicio de Su Padre era más perfecto, donde se suponía que se enseñaba la Palabra de gracia. "Por lo cual el Templo también fue llamado Su santuario y morada sagrada, ya que allí Él, a través de Su Palabra, mostró Su presencia y se hizo oír.

Así Cristo está en los asuntos de Su Padre cuando Él nos habla a través de Su Palabra y por medio de ella nos lleva al Padre. Esta respuesta de Jesús, con su implicación de filiación divina, estaba más allá del entendimiento incluso de María, que había recordado todos los dichos acerca de su Hijo.

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