Y estaban asombrados de su doctrina; porque su palabra era con poder.

Hasta este punto, la congregación había escuchado a Jesús, aunque con creciente indignación, ya que Él se atrevió a exponer y despellejar su vicio nacional, su orgullo farisaico. Pero ahora su indignación, que los llenó hasta rebosar, se llevó por delante toda la razón y el sentido común. Toda la población participó en el movimiento. Levantándose, lo echaron fuera de la sinagoga, fuera de la ciudad. Y luego deliberadamente lo agarraron y lo llevaron a un precipicio de la colina sobre la cual su ciudad estaba construida, un lugar donde había una caída empinada y escarpada hacia el valle de abajo, con la intención de derribarlo corporalmente.

Suya fue la acción de personas que han perdido toda apariencia de razonamiento sereno, a quienes la ira insana ha privado de la capacidad de pensar bien y de considerar las consecuencias, una turba típica, como la regla hasta el día de hoy en circunstancias similares. Mientras los pastores fieles hablan de manera general en su predicación y amonestación, tienen paz e incluso son alabados. Pero si los mismos hombres se atreven a señalar pecados individuales, son acusados ​​de injusta crítica y condenación.

Porque es una peculiaridad de la verdad que amarga y crea enemigos donde no obra la conversión. No hay peor censura para un pastor que aquella mala que se habló de uno respecto a su posición en su congregación: No le hacemos daño, y él no nos hace daño. Pero la turba, en el caso de Cristo, no se dio cuenta de su intención asesina, aunque recibieron evidencia del poder sobrenatural del Señor.

Porque Él pasó en silencio por en medio de ellos y siguió su camino. Si se hizo invisible por el momento, o si quedaron ciegos, o si sus brazos fueron paralizados por un poder sobre ellos, no se dice. No fue simplemente el poder de un espíritu tranquilo y una voluntad firme sobre las pasiones humanas, sino el poder todopoderoso del Hijo de Dios que detuvo sus manos.

Jesús descendió de la región montañosa a la ciudad de Capernaum, la cual hizo Su cuartel general durante Su ministerio en Galilea. Aquí Él hizo un hábito enseñar en las sinagogas los días de reposo, porque la predicación del Evangelio de salvación era la primera y principal parte de Su obra. Y dondequiera que enseñaba, el efecto de sus palabras era el mismo: la gente se asombraba casi hasta la estupefacción de su doctrina, que difería tan radicalmente de los discursos insípidos del rabino común, y en autoridad y poder salía su palabra.

Detrás de ello no sólo estaba la fuerza de la convicción, sino el poder misericordioso de Dios que está en los medios de gracia y les da su eficacia. Nota: Lucas siempre agrega las referencias geográficas por el bien de sus lectores, quienes desconocían la ubicación de los diversos pueblos que se mencionan en la historia del Evangelio.

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