Luca 7:40

Respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él dice: Maestro, continúa.

El anfitrión había observado todo el proceso con disgusto mal disimulado. La sola idea de que Jesús fuera tocado por un personaje tan notorio lo hizo estremecerse. Y por lo tanto, emitió el 'veredicto en su corazón de que Jesús no podía ser un profeta. Las lágrimas de la mujer le resultaban desagradables, y el olor del ungüento lo llenaba de repugnancia. Nota: El mismo espíritu de repulsión farisaica se encuentra en los fariseos modernos.

Se quitan las faldas de seda o los abrigos forrados de piel, incluso cuando se les da la seguridad de que un antiguo pecador ha dejado el camino de la transgresión, sin saber que sus corazones están llenos de una enfermedad mucho peor, mucho más peligrosa, que de orgullo y vanidad. Pero Jesús conocía los pensamientos del fariseo, y pronto le dio evidencia de que era un profeta que conocía los corazones de los hombres.

Decidió dar a este altivo fariseo una lección muy necesaria, pero de una manera amable y gentil, con el objeto de convencerlo y ganarlo. El anfitrión cortésmente asintió cuando el Señor le preguntó si podía decirle cierto asunto, presentarle cierto caso.