Y Jesús reprendió al diablo, y se apartó de él; y el niño fue curado desde esa misma hora.

Un grito de cansancio extremo, casi de impaciencia. Incluye a todos los presentes: los discípulos, por su incomprensión y la pequeñez de su fe; todo el pueblo, porque eran tardos de corazón para creer que Él era el Mesías. Son infieles, tienen una fe demasiado pequeña o no tienen fe en absoluto; y pervertidos, corruptos, desviados, sin querer prestar atención y seguir el camino que Él les estaba señalando, el camino de salvación y santificación.

Se estaban dejando llevar por el mal camino. Estaba cansado de todo. Anhelaba ser librado de la torpeza, la estupidez, la perversidad de esta generación. Pero no fue cruel ni descortés. Sus palabras fueron un reproche, no la exclamación malhumorada de un hombre desilusionado. Hizo que le trajeran al niño, vio la evidencia del poder del demonio, hizo uso de su poder divino para reprender seriamente al demonio, y el resultado fue una curación completa desde ese mismo momento.

El demonio puede a veces, con el permiso de Dios, torturar el cuerpo con alguna enfermedad, incurable ante los hombres, pero las almas de los que ponen su confianza en Jesús están en Sus manos, a salvo de todos los intentos del Maligno de poseerlas.

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