Y el gobernador dijo: ¿Pues qué mal ha hecho? Pero ellos clamaban más, diciendo: Sea crucificado.

El hecho de que Pilato hubiera puesto a Jesús al mismo nivel que Barrabás había sido una concesión a los judíos, porque ponía a un hombre inocente en la misma clase que un criminal, cuando en realidad no había comparación. Los judíos sintieron la debilidad de la posición de Pilato y no tardaron en aprovecharla. Los principales sacerdotes enviaron sus mensajeros a través de la multitud para incitar las pasiones con más fuerza.

No se necesitó mucha persuasión; una turba se deja influir fácilmente, especialmente cuando se contemplan actos de violencia. Por tanto, cuando Pilato les planteó la cuestión de elegir entre los dos hombres, pidieron en voz alta que liberaran al culpable. Muchos de los miembros de esta multitud pueden haber estado más que convencidos unos pocos días antes de que Jesús era un gran profeta, si nada más, pero bajo la hábil insistencia de los agentes del Sanedrín, se ponen del lado de los enemigos de Cristo.

Tienen una respuesta incluso para la pregunta un tanto perpleja de Pilato sobre cómo iba a disponer de Jesús. Con volumen creciente su grito ronco resonaba por las calles estrechas: ¡Que sea crucificado! Y sobre la pregunta inane y fútil de Pilato: ¿Qué mal ha hecho, de todos modos? se dieron cuenta con más fuerza que nunca de que tenían al gobernador en su poder. Ya no se trataba de la culpabilidad o la inocencia de Cristo, sino de ceder a la demanda de la chusma ya las amenazas de los ancianos y de los principales sacerdotes. El alboroto aumentó de un minuto a otro, y el gobernador no pudo hacer frente a la situación.

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