LIBRO DE LOS PROVERBIOS
INTRODUCCION
I. LA NATURALEZA Y EL USO DE LOS PROVERBIOS.—El proverbio es una oración vigorosa que expresa concisamente alguna verdad bien establecida y susceptible de varias ilustraciones y aplicaciones. La palabra es de derivación latina, y significa literalmente por una palabra, dicho, o discurso; eso es, una expresión por muchas. El vocablo hebreo (mashal) quiere decir comparación. Muchos suponen que éste se empleaba, porque la forma o el contenido del proverbio, o ambas cosas, envolvían la idea de comparación. Los más de los proverbios son como estrofas de dos o de tres versos, o modificaciones de éstos, los cuales se corresponden en estructura y extensión como si estuvieran arreglados para compararse el uno con el otro. Ilustran las variedades del paralelismo, un rasgo distintivo de la poesía hebrea. Véase Introducción a los Libros Poéticos. Muchos, está claro, también envuelven la idea de una comparación de los sentimientos expresados (cf. el capítulo 12:1-10; el 25:1-15; el 26:1-9). Por otra parte, a veces la omisión a propósito de uno de los versos, o miembros, despierta la curiosidad y ejercita la sagacidad del lector para suplirlo, y así se presenta el proverbio como un "enigma" o "dicho obscuro" (cf. el capítulo 30:15-31; el 1:6; Salmo 49:4). La forma sentenciosa de expresión, que así llegó a ser una característica marcada del estilo proverbial, fué adoptada también para el discurso continuativo, aun cuando no conserve trazos de comparación ni de forma ni de materia (cf. los capítulos 1 AL 9). En Ezequiel 17:2; Ezequiel 24:3, vemos la misma palabra traducida propiamente parábola, para determinar un discurso ilustrativo. Luego los traductores griegos han usado una palabra, parábola, que los escritores neotestamentarios (menos Juan) emplean para indicar los discursos de nuestro Señor, del mismo carácter, la que también parece envolver la idea de comparación, aunque no sea su significado primario. Parecería, pues, que los estilos proverbial y parabólico de producción literaria fueran original y esencialmente el mismo. El proverbio es una "parábola concentrada, y la parábola, la extensión del proverbio mediante una ilustración amplia." El proverbio es, de este modo, la moraleja o tema de una parábola, que a veces le precede, como en Mateo 19:30 (cf. el capítulo 29:1); o que le sigue, como en Mateo 22:1; Lucas 15:1. Siendo el estilo poético, y adaptado a la expresión de un orden elevado de sentimiento poético, tal como la profecía, hallamos el mismo término empleado para designar tales composiciones (cf. Números 23:7; Miqueas 2:4; Habacuc 2:6).
Aunque los hebreos usaban el mismo vocablo para proverbio y parábola, el griego emplea dos, si bien los escritores sagrados no parecen reconocer siempre ninguna distinción. El término paroimía lo usaron los traductores griegos para intitular este libro, evidentemente con referencia especial a la definición posterior de la parábola, o sea, una forma sentenciosa de dicción común, la que parece ser el sentido mejor del término. Juan usa el mismo término para designar las instrucciones del Salvador, en vista de su característica obscuridad (cf. Juan 16:25, griego), y hasta para indicar sus discursos ilustrativos (Juan 10:6), cuyo sentido no todos sus oyentes comprendían en seguida. Esta forma de ilustración estaba bien adaptada para ayudar al aprendiz. La estructura paralela de las oraciones, la repetición, el contraste, la comparación de pensamiento, todo estaba calculado para facilitar los esfuerzos de la memoria; y los preceptos de sabiduría, que desarrollados en discursos lógicos, hubieran dejado de impresionar por causa de su extensión o carácter complicado, se compendiaban en sentencias sustanciosas y mayormente bien sencillas. Tal modo de instrucción ha distinguido la literatura ya escrita o tradicional de todas las naciones, y fué y todavía es peculiar en el oriente.
En este libro, sin embargo, se nos imparte una sabiduría proverbial producida por el sello de la divina inspiración. Dios ha condescendido en hacerse nuestro enseñador en los asuntos prácticos pertenecientes a todas las relaciones de la vida. Ha adaptado su instrucción a los sencillos y analfabetos, presentando por este método notable e impresionante, los grandes principios del deber para con él y para con nuestros semejantes. Al motivo primordial de toda conducta recta, el temor de Dios, se le agregan todos los incentivos lícitos subordinados, tales como el honor, el interés, el amor, el temor, y el afecto natural. Además del terror excitado por el conocimiento de los justos juicios de Dios, se nos amonesta respecto al mal obrar por la exhibición de los inevitables resultados temporales de la impiedad, la injusticia, el libertinaje, el ocio, la pereza, la indolencia, la embriaguez, y la disolución. Como recompensas de la verdadera piedad que sigue en la eternidad, se prometen la paz, la seguridad, el amor y la aprobación de lo bueno, y los consuelos de la buena conciencia, que hacen que sea esta vida verdaderamente feliz.
II. LA INSPIRACION Y EL AUTOR—Sin excepciones de importancia, los escritores judaicos y cristianos han aceptado este libro como producto inspirado de Salomón. Es el primer libro de la Biblia que lleva en el prefacio el nombre del autor. El Nuevo Testamento abunda en citas de los Proverbios. Su excelencia intrínseca nos los recomienda como producto de una autoridad superior a la de los escritos apócrifos, tales como la Sabiduría, o Eclesiástico. Salomón vivió 500 años antes de los "siete sabios" de Grecia, y 700 años antes de la edad de Sócrates, Platón y Aristóteles. Es bien patente pues, sea cual fuere la teoría de los origenes de su conocimiento que se adopte, que él nada sacó de ninguno de los escritos paganos de que nosotros tenemos conocimiento. Es muchísimo más probable que por las varias migraciones, cautividades, y dispersiones de los judíos, los filósofos gentílicos recibiesen de esta fuente de inspiración muchas de las corrientes que continúan refrescando a la humanidad en medio de los, al contrario, áridos y estériles desiertos de la literatura profana.
Pero como los Salmos como un todo se atribuyen a David, por ser él el autor principal, del mismo modo, el atribuir este libro a Salomón es completamente consecuente con los títulos de los capítulos 30 y 31, los que atribuyen dichos capítulos a Agur y Lemuel respectivamente. De estas personas nada sabemos. No cabe aquí discutir las varias especulaciones respecto a ellos. Por un sencillo cambio de lectura algunos proponen traducir el capítulo 30:1: "Palabras de Agur, hijo de la que fué obedecida (a saber, la reina de) Massa:" y el cap. 31:1: "Palabras de Lemuel, rey de Massa;" pero está en contradicción con todas las primeras versiones; y nada menos que la más rigurosa necesidad exegética debiera permitir la justificación del abandono de una lectura y traducción bien establecidas cuando no se gana nada útil para nuestro conocimiento. Mejor es reconocer la ignorancia que tolerar conjeturas inútiles.
Es probable que de los "tres mil proverbios" (1 Reyes 4:32) que Salomón pronunció, seleccionara y editara en vida los caps. 1-24. Los caps. 25-29, son también de su composición, copiados en los días de Hezequías por sus "hombres," acaso, los profetas Isaías, Oseas, y Miqueas. Tal obra estuvo evidentemente en el espíritu de este piadoso monarca, quien puso todo su corazón en el propósito de reformar el culto de Dios. Hombres eruditos han procurado establecer la teoría de que Salomón mismo no fué sino un coleccionista, o de que las otras partes del libro, del mismo modo que estos capítulos, son también selecciones hechas por otras manos; pero las razones aducidas para defender estas premisas nunca han sido tan satisfactorias como para hacer cambiar las opiniones comunes sobre el asunto, las que tienen la sanción de las autoridades más antiguas y de más confianza.
III. LAS DIVISIONES DEL LIBRO—Una obra como ésta, por supuesto, no se presta para un análisis lógico alguno. Sin embargo hay ciertas indicaciones bien definidas para una división, de modo que el libro por lo general se divide en cinco o seis partes.
1. La primera contiene nueve capítulos, en los que se discuten y se refuerzan ilustrando, amonestando, y animando, los principios y las bendiciones de la sabiduría, y las estratagemas y prácticas perniciosas de los pecaminosos. Estos capítulos son preliminares. Representan muy pocos especímenes del verdadero proverbio, pero se distinguen por la concisión y la elegancia que lo caracterizan. La dicción sigue estrictamente la forma del paralelismo, y son generalmente de la clase de los sinónimos, habiendo solamente cuarenta de los sintéticos y tan sólo cuatro (cap. 3:32-35) de los antitéticos. El estilo es adornado, las figuras más bien audaces y amplias, y las ilustraciones llamativas y extensas.
2. Los paralelismos antitético y sintético a exclusión del sinónimo distinguen los capítulos 10:1 a 22:16; y los versos corren sin enlace entre sí, cada uno formando en sí mismo un sentido completo.
3. En los capítulos 22:17 a 24:34 se presenta una serie de amonestaciones dirigidas como si fuera a un estudiante; y generalmente el tema ocupa dos o más versos.
4. Los capítulos 25-29 lógicamente pueden ser considerados como porción distinta, por las razones arriba dichas respecto a su origen. Su estilo es muy mixto; acerca de sus peculiaridades, véanse la 2a. y 3a. partes.
5. El cap. 30 es peculiar, no sólo con respecto a su autor, sino también como un ejemplo de la clase de proverbios que se han descrito como "dichos obscuros" o enigmas.
6. Además de unas amonestaciones abundantes y concisas, propias para un rey, el cap. 31 nos da un retrato inimitable de la mujer. En la división 5a. como en la 6a., la particularidad distintiva del estilo proverbial original da lugar a las modificaciones que como ya notamos, señalan la composición posterior; pero tanto aquél como ésta conservan el método conciso y vigoroso de exponer la verdad, de igual valor ambos para su honda impresión y la permanente retención en la memoria.