En la Septuaginta y otras versiones, probablemente el hebreo antiguo, Salmo 9:1 ; Sal 10: 1-18 aparece como uno. Existe una conexión clara entre ellos, pero es la del contraste. En el primero, el cantor se regocija en el ejercicio del gobierno de Jehová en toda la tierra. En esto llora lo que parece ser el abandono de su propio pueblo.

En primer lugar, está el grito de protesta del corazón contra lo que parece ser una indiferencia divina por la injusticia de los malvados contra los pobres (1,2). Esta injusticia se describe luego en detalle. Es una descripción gráfica de la brutalidad del gobierno terrenal cuando se ha olvidado de Dios, o dice en su ignorancia que Dios lo ha olvidado.

La imagen encajaría en muchas ocasiones de desgobierno en las páginas de la historia humana. Hay un clamor del corazón a Jehová, a Dios para que interfiera. Si el salmo se abre en queja, se cierra en confianza. El malvado se equivoca acerca de Dios. Él ve y sabe. El oye el clamor de los oprimidos. La liberación debe venir, porque Jehová es Rey. No una o dos veces, pero a menudo los hombres de fe se han visto impulsados ​​a clamar contra la opresión del hombre por el hombre.

Feliz es aquel cuya fe le hace quejarse directamente a Jehová. El resultado es una conciencia siempre renovada de la certeza del gobierno divino y la necesaria corrección del asunto final.

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