Comentario bíblico del sermón
2 Reyes 2:15
Las lecciones que pueden derivarse de la historia de la partida de Elías y la sucesión de Eliseo son dobles y muy distintas entre sí.
I. La traducción de Elías pretende ser una representación de la muerte de un buen hombre en su aspecto más noble. En todas las diversas formas en las que el inevitable día de la muerte puede sobrevenirnos, lo que más desearíamos sería que nuestra muerte, como la de Elías, pareciera a los que dejamos atrás, pero como la consumación de lo que ya han conocido. Elías había parecido en vida una defensa y una guardia más firmes para su país que todos los carros y jinetes que alguna vez se abalanzaban sobre ellos desde las tribus circundantes, y así parecía cuando falleció perdido en las llamas de un carro de fuego y la jinetes.
II. Nótese la sucesión de dones mediante los cuales en diferentes épocas del mundo se llevan a cabo los propósitos de la Providencia. La lección nos la impone el problema de la extrema diversidad de las formas y el genio de la filantropía que existen en cada generación sucesiva. El manto de Elías descendió sobre Eliseo, quien era él mismo completamente diferente en aspecto, carácter y vida de su poderoso predecesor.
Su vida no la pasó en luchas infructuosas, sino en grandes éxitos. Fue buscado, no como enemigo, sino como amigo, de los reyes. Sus obras de misericordia fueron conocidas por todas partes, y después de su muerte, su sepulcro fue bien conocido, y se obraron maravillas en él, continuando la beneficencia de su larga y dulce vida. De su historia vemos la variedad y, al mismo tiempo, la continua sucesión de los dones divinos al mundo.
AP Stanley, Christian World Pulpit, vol. xvi., pág. 177.
Referencias: 2 Reyes 2:15 . DJ Vaughan, Los días del hijo del hombre, pág. 270; A. Scott, Christian World Pulpit, vol. xvi., pág. 156. ii. 18. I. Williams, Personajes del Antiguo Testamento, p. 234. 2 Reyes 2:18 .
A. Edersheim, Eliseo el profeta, pág. 41; TT Carter, Sermones, pág. 343. 2 Reyes 2:19 . JM Neale, Sermones para el año eclesiástico, vol. i., pág. 233.