Salmo 63:1-11
1 Salmo de David, compuesto cuando estaba en el desierto de Judá.
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Si Salmo 61 ha sido el grito de depresión, Salmo 62 la confianza y el aliento de la confianza en Dios, Salmo 63 es el anhelo del alma, todavía como echada y alejada del santuario (así podemos hablar del cielo, pues hemos visto el poder y la gloria allí por la fe); pero teniendo, por la fe en la misericordia misma, alabanza como su porción aun en el desierto, tuétano y grosura para alimentarse.
Es un salmo hermoso a este respecto; porque conoce a Dios; la alabanza es así engendrada en el alma y para todos los tiempos. Hay dos puntos: primero, una palabra dulcísima porque la misericordia de Dios es mejor que la vida, sus labios alaban a Dios, aunque la vida en el desierto sea tristeza; en segundo lugar, porque Él ha sido su ayuda, por lo tanto se regocijará en Su protección. El versículo 8 ( Salmo 63:8 ) describe el resultado práctico: su alma siguió con ahínco a Dios, y la diestra de Dios lo sostuvo.
Estaba el anhelo de ver el poder y la gloria como él los había visto; la satisfacción presente del alma como con tuétano y grosura, y eso en las silenciosas vigilias de la noche, cuando toda excitación exterior fue acallada y el alma abandonada a sí misma. Los que buscaban el alma del justo para destruirla descenderán al Hades, pero el rey se regocijará en Dios. Los que poseen Su nombre deben gloriarse, pero los falsos que se apartaron de Él deben ser avergonzados.
Es nuevamente el rey, y se aplica a Cristo en un sentido más elevado que al remanente. Para Él era el deseo de ver la gloria de la que descendía; para el judío estaba en el templo; para nosotros, un Cristo que se nos ha revelado por la fe, que hemos visto la gloria y el santuario en el que ha entrado.
Hay una diferencia entre el Salmo 84 y este salmo: ese es el deseo de volver a visitar el santuario de Dios; esto, desear a Dios mismo. Allí los tabernáculos de Jehová, un Dios del pacto, son amables; aquí Dios mismo es una delicia cuando no hay tabernáculos a donde ir. [1]
Nota 1
Para Cristo y para el hombre nuevo, el mundo es un desierto, sin nada en él para refrescar el alma. Pero siendo el favor divino mejor que la vida, podemos alabar mientras vivimos; nuestra alma se sacia como de tuétano y grosura. El santo no está en el santuario, pero ha visto a Dios en él. Su deseo es después de Dios mismo. Cristo literalmente podría decir esto. "Él ha visto al Padre": lo hemos visto en Él.